El tétanos es una enfermedad infecciosa causada por un bacilo que se encuentra especialmente en la tierra y en el hierro oxidado. Penetra en los tejidos a través de heridas de la piel o de las mucosas y su toxina afecta al sistema nervioso central, ocasionando rigidez y tensión convulsiva de los músculos y llevando a la muerte en la mayoría de los casos. En 1890 el bacteriólogo alemán Emil Behring y el japonés Shibasaburo Kitasato lograron aislar el bacilo a partir de ese descubrimiento se desarrolló la vacuna preventiva, fabricada con suero de animales. Sin embargo la vacuna no se utilizó hasta muchos años después, durante la Gran Guerra. Buena parte del sangriento conflicto tuvo por escenario las trincheras donde miles de soldados vivían en terribles condiciones expuestos al frío, la humedad, y la suciedad. La falta de higiene provocaba la multiplicación de parásitos y las liendres adheridas a la ropa transmitían el tifus, mientras que el tétanos era un fantasma que amenazaba permanentemente a los heridos.
Hacia 1915 las fábricas de Behring comenzaron a producir suero antitetánico en grandes cantidades llegando a las 100.000 dosis mensuales hacia fin de año. Fue entonces cuando el alto mando del ejército alemán estableció la obligación de suministrar a cada herido en el campo de batalla una inyección de suero antitetánico. El efecto de la vacuna era de corto plazo ya que se prolongaba a lo largo de tres semanas por lo que debía administrarse nuevamente. Las consecuencias de la aplicación fueron inmediatas y desde ese momento casi ningún soldado vacunado cotra el tétanos, enfermó.